Terra Incognita Cartografía del tiempo
Aquí tal vez sea el confín del mundo:
se derrumban los árboles naciendo
y queda de ellos un discurso de hojas…
— Libero de Libero
Existe la falsa creencia de que lo verdaderamente trascendente es aquello que ocurre de manera ostentosa: desde guerras, revoluciones, ataques terroristas, huracanes, terremotos, extinciones masivas y cataclismos cósmicos, hasta cosas más banales como conciertos masivos, eventos sociales, encuentros amorosos y desencuentros políticos. Una lógica superficial, y quizá una larga exposición a la espectacularidad de los medios masivos, parecen indicarnos que cuanto sucede sin sonido envolvente, efectos pirotécnicos y alta definición, merece poca atención y tiene una capacidad muy limitada para transformar nuestras vidas.
Sin embargo, bajo un análisis atento y detallado, parece que lo contrario actúa de manera más contundente: nuestro universo se gesta de manera gradual, entre los pequeños intersticios de la materia, y aquello con el potencial de transformarnos mide sus diminutos pasos en un reloj de polvo estelar.
Podemos imaginar la antigüedad del universo o aventurar la edad de un fósil, pero casi siempre ignoramos el modo humilde en que la dureza de los metales se adormece en óxido, las piedras se parten bajo el abrazo de líquenes y musgo, o la erosión dibuja minúsculos continentes en cada rincón con sus pinceles de humedad y viento. Y a pesar de esta aparente intrascendencia, es ahí donde el tiempo va esbozando su firma, donde sus caricias terribles arriesgan un contacto que nos dibuje un mapa y nos ofrezca un espejo; y es ahí, además, donde Wendy Hidalgo descubre y nos comparte una cartografía del tiempo, un conjunto de planos que nos orientan en el camino para recordar nuestra justa dimensión: la fugacidad que nuestras obras comparten con las piedras, la benevolencia de los instantes para con nosotros, la reciedumbre con la cual nos juzgan los años y la estatura a veces inmensa de nuestras esperanzas.
En las formas capturadas bajo la lente de su cámara se adivina, a través de una figuración intencionalmente elusiva, el rostro del devenir en una faceta humilde —pero por eso mismo más humana— y en esas geografías vislumbradas, las costas, montañas, ríos, valles, archipiélagos e islas que representan el tiempo que cohabitamos y nos consume, pero donde también se encuentra el único refugio donde podemos construir nuestros deseos.
- Aztlán: lugar de la blancura, o lugar de las garzas
- Chicomoztoc: lugar de las siete cavernas
- Mictlán: lugar de los muertos
- Omeyocan: lugar de la dualidad
- Tlalocan: donde se producen las lluvias y el choque de espadas de obsidiana (rayos).
- Tlalpalan: el paraíso de en medio
- Aqueronte: río del sufrimiento
- Caribdis: remolino
- Estigia: el límite entre la tierra y el mundo de los muertos
- Hespérides: un paraíso
- Leteo: olvido
- Tártaro: Pozo del infierno
- Ak’ab na: casa de la obscuridad
- Balam na: casa del jaguar
- Ch’ayim na: casa de las lanzas
- K’ak’ na: casa del fuego
- Quiché: Tierra de los muchos árboles
- Sis na: casa del frío
- Elim: oasis donde había 12 pozos y 70 palmas de dátiles
- Haradah: lugar de la partida
- Havilah: donde hay oro y lapislázuli
- Libnah: tierra blanca en el oeste
- Marah: amargura
- Makeloth: donde adoraban a Moloch